En el acto de la meditación, como en el acto de la adoración, el silencio es nuestra mayor alabanza. Mantengamos nuestros santuarios silenciosos, porque en ellos se conservan las perspectivas eternas. Día tras día, semana tras semana, año tras año, en momentos en que nadie, por amor o por intenciones menores, podía interferir, me propuse alcanzar el dominio sobre mi atención y mi imaginación. Busqué formas de hacer mías más seguras, esas luces mágicas que amanecían y se desvanecían dentro de mí. Deseaba evocarlos a voluntad y ser el dueño de mi visión.

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