Mi nombre es maravilloso, el Poderoso, el Consejero, el Príncipe de Paz. Mi reinado no tendrá fin y el gobierno recaerá sobre mis hombros.
Invoca mi nombre y te responderé; es por eso que, cuando pronuncias la palabra maravillosa, el alma misma de la idea se levanta y se sacude su manto funerario. Llamarlo maravilloso, aunque esté cubierto de apariencias de muerte y enfermedad, de pecado o pobreza, es ver al dormido Lázaro levantarse, no de la muerte, sino de las creencias, y despojarse de sus vendas y ataduras limitantes.
Esta publicación es solo para suscriptores de pago
Regístrate ahora y actualiza tu cuenta para leer la publicación y acceder a la biblioteca completa de publicaciones solo para suscriptores de pago.
Regístrate ahora
¿Ya tienes una cuenta? Iniciar sesión